Blog De José Juan Mateo [Reflexiones de un payaso que olvido reir]

De vuelta a la terapia bloguera……..

La RAE defina la brújula como el “instrumento consistente en una caja en cuyo interior una aguja imantada gira sobre un eje y señala el norte magnético, que sirve para determinar las direcciones de la superficie terrestre”. Bien, también, existe otra brújula interior, anímica, que permite posicionar el norte en nuestro devenir por la vida, de modo que podamos determinar la dirección a seguir en la misma. Aunque no lo parezca, es un instrumento muy útil y muy poco valorado al que sólo se valora cuando se desconoce el camino a seguir, independientemente del ámbito del que hablemos.

Recientemente la sociedad occidental se ha percatado de la pérdida de rumbo; el fomento de una relación inmediata y superflua, vacía de contenido, ayuda a la proliferación de individuos ansiosos de encontrar unas raíces más profundas que les permitan justificar su existencia. Este tipo de personas son presa fácil de cualquier corriente extremista, corrientes que no son exclusivas del Islam, sino que también existen dentro de la Iglesia Católica, aunque, presas de una hipocresía desmesurada, prefiramos mirar a otro lado para ignorar su presencia. No hay nada que justifique el asesinato a sangre fría de personas; eso es obvio. Pero se cometería un error de consecuencias incalculables si nos quedásemos únicamente en la atrocidad del acto y no se profundizase en las raíces del problema. Una sociedad que ensalza el éxito fácil, en la que no tienen cabida los valores morales, en la que se es más popular en función del número de ciber-amigos (aunque sean en su mayoría desconocidos) es un caldo de cultivo idóneo para la proliferación de personas desorientadas, a las que se les cierra el camino del éxito por el único hecho de ser diferentes a las demás.

Los atentados de París han vuelto a sacar a la palestra el tema de la libertad de expresión. Parece que ese sea uno de los nortes de la democracia; no digo que no lo sea. Pero, de pequeño, me enseñaron que los límites de la libertad están en la libertad de los demás. ¿Hasta qué punto es lícito ejercer ese presunto derecho cuando se es consciente de que se está ofendiendo a un determinado grupo de personas? Hace un tiempo, este debate no tendría sentido. Las creencias individuales o colectivas eran tan sagradas como la libertad de expresión. No quiero que nadie se llame a engaño; no pretendo justificar ningún tipo de violencia. Pero, es que no era necesario tener que defender nada; el respeto era parte de la actitud individual. Pero el mundo, al menos en nuestras sociedades presuntamente avanzadas ha cambiado. La empatía no existe y las palabras autocrítica y autocontrol provocan hilaridad. ¿Se ha perdido tanto la inteligencia para que no se sea capaz de ejercer una crítica sin tener que ofender a nadie? Un mínimo ejercicio de inteligencia habría permitido transmitir el mismo mensaje sin tener que llegar a las consecuencias que se ha llegado. Pero estamos en un mundo en el que no mandan los más capaces; el éxito social radica en ser capaz de molestar a un mayor número de personas.

A la luz de las críticas desatadas por las declaraciones realizadas por el Papa Francisco esta mañana, me gustaría hacer una pregunta: ¿Acaso él no tiene libertad de expresión? ¿La libertad de expresión está limitada a opinar lo que dictamines el “establishment”? No se puede salir en los medios de comunicación a defender de forma virulenta la libertad de opinar frente a unos ataques bárbaros como los de estos días y, a renglón seguido, criticar a una persona por expresar una opinión diferente. Señores, eso también es libertad de expresión y sus comentarios irrespetuosos tambíén son un atentado contra ella.

No obstante, la libertad de expresión no es el único “norte” que debe guiar el devenir de una sociedad supuestamente democrática. ¿Por qué no hablamos de la libertad de los pueblos por elegir libremente a quienes les gobiernen? ¿Eso no está también en la base de nuestra sociedad? A nadie en su sano juicio le debería extrañar que, ante la situación económica y política actual que impera en Europa, proliferen grupos que busquen soluciones alternativas e imaginativas a estos problemas. Eso también es ejercer el derecho a la libertad de pensamiento. Deberían ser los ciudadanos los que, con su voto, decidiesen, con plena libertad, si esas opciones alternativas son creíbles o no. ¿A quién le hace daño el ejercicio de la libertad? Las injerencias de otros poderes políticos foráneos o de poderes económicos en la capacidad de decisión de un pueblo sobreaño también son un atentado contra la libertad. Está claro que los poderes actuales se asientan en la creencia de que el pueblo, la sociedad, está formado por un conjunto de seres ignorantes que deben ser guiados por ellos. Sin embrago, la Historia está llena de hechos que demuestran que eso no es así. Sin ir más lejos, basta con recordar como la manipulación que hizo el gobierno de la autoría de los atentados del 11-M cambió el resultado de unas elecciones. Si señores, fue su estupidez y su desprecio a la inteligencia del pueblo español la que les hizo perder las elecciones; dejen de buscar fantasmas fuera de su propia casa.

Ahora se vuelven a airear fantasmas del pasado con el auge de Podemos. Independientemente de que pueda estar de acuerdo o no con ellos, representan un rayo de luz dentro de la oscuridad en la que se encuentra sumida nuestra sociedad española. ¿Por ello son malos? ¿Por qué no dejar que los españoles decidan en libertad? ¿Acaso es la misma libertad la que les da miedo? No se les puede acusar de ocultar sus verdaderas intenciones sin que se sonrojen. ¿Acaso no hicieron lo mismo para ganar las elecciones de hace tres años? Seamos serios, por favor. No nos traten como ovejas ignorantes; no atenten contra nuestro sentido común. Soy el primero en reclamar que las formaciones políticas deberían firmar un contrato de obligado cumplimiento con la sociedad; cualquier modificación de ese “contrato” debería estar sometida a la aprobación de cada una de las partes. Si se entendiesen así, los programas electorales tendrían una importancia crucial a la hora de determinar a qué formación política se apoya en unas elecciones. Pero, si se trata de un documento en el que se incluye aquello que se supone que se quiere oír, aún a sabiendas de que no se va a cumplir, ¿qué sentido tiene? Entonces nos limitaremos a votar a aquel no que nos caiga mejor o que sea más guapo. ¿Queremos que se base en eso nuestra democracia? Estamos ante una situación de crucial importancia y que va a determinar la evolución de nuestra sociedad frente a futuros ataques, tanto internos como externos. Podemos optar por defendernos metiéndonos dentro de nuestro propio caparazón y asumiendo que la única defensa es un recorte brutal de nuestras libertades individuales (que no la de los ricos y poderosos) o podemos defendernos profundizando en la calidad y radicalidad de la democracia. No es necesario decir por qué opción me inclino.

 

La gente que me sigue en este blog (si es que queda alguien después de tanto tiempo) sabe que no puedo acabar un texto sin hacer una referencia personal, generalmente relacionada con el título del archivo. Mi brújula personal está estropeada. No sólo a nivel profesional (lleva estropeada mucho tiempo), sino también, a nivel personal. Hasta no hace mucho creía tener claro dónde estaba el norte; mejor que peor, la aguja apuntaba siempre hacia el mismo sitio. Pero ahora no para de girar como loca, intentando encontrar un punto hacia el que dirigirse. Por mucho que intente encontrar el problema del funcionamiento, la maquinaria de una brújula es bastante simple y no es necesario llamar a un experto para arreglarlo. Si la brújula es incapaz de encontrar el norte puede ser debido a que el norte ha desaparecido. O que se ha protegido detrás de una muralla que lo haga invisible al campo magnético. O que el norte fuese una falacia, una mentira que ha desparecido una vez que la realidad se ha quitado la máscara. Ignoro cuál es la explicación. Lo único que sé, de forma segura, es que mi brújula no para de dar vueltas, incapaz de fijar un rumbo definido. Y no sólo a nivel personal.

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