Abr
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OTRA VUELTA DE TUERCA
abril 24, 2020 | | Deja un comentario
Es una obviedad: estamos pasando por unos momentos difíciles, muy difíciles. Todo el mundo hace alarde de sus dotes imaginativas e intenta ilustrar al resto de los humildes mortales de cómo será el mundo que nos espera cuando todo esto pase. Lástima que sus argumentos tengan la misma base racional que las predicciones de los nigromantes o de los charlatanes de feria. Es cierto que se abre, ante nuestros ojos, un mundo nuevo; una página en blanco donde parece que todo está por escribir. Pocas veces en la Historia de la Humanidad se ha abierto la posibilidad de un renacimiento. La naturaleza, empleando para ello a uno de los seres vivos más insignificantes que ha creado, nos da una nueva oportunidad para corregir errores pasados y volver a empezar una vida más justa y equilibrada. Y, de paso, nos da una lección de humildad: la Humanidad, con todos sus avances tecnológicos, ha hincado la rodilla ante un ser vivo que sólo es visible mediante el empleo de un microscopio electrónico. Una lección que deberíamos grabar de una vez en nuestros cerebros y no olvidar jamás.
El mundo que vendrá es un misterio insondable. De hecho, ni siquiera sabemos si existirá ese futuro, ya que, hoy en día, aún no está ganada la batalla contra el virus. Las cifras que ofrecen los gobiernos son alentadoras, pero cometeríamos un gran error si nos fiásemos sin reservas de las afirmaciones que hacen esos mentirosos profesionales. Lo único cierto es que la gente sigue enfermando y, lo que es peor, sigue muriendo por culpa de una pandemia que nadie (y yo me incluyo, a pesar de mi formación microbiológica) ha sabido prever, a pesar de lo alarmante que eran los datos desde el principio. Hemos pecado de un exceso de soberbia pensando que eso era un problema que, como otros, se iba a quedar limitado a Asia y que jamás llegaría a nuestro mundo occidental super tecnológico.
No pretendo contribuir a la confusión generalizada y aportar otra opinión infundada acerca del futuro; sería una grave irresponsabilidad por mi parte. Pero sí que me gustaría, echando un poco la vista atrás, resaltar algunas cosas sobre las que deberíamos reflexionar, en base a lo que ha sucedido a lo largo de los últimos meses. Es evidente que las primeras palabras deben ir dirigidas al rebaño de inútiles que dice representarnos, aunque solamente velan por sus propios intereses. Por si no éramos conscientes, ya se han dedicado a recordarnos que el confinamiento es mucho más llevadero cuando se tiene una parcela de 2000 m2. Supongo que, este mundo, eso es defender los derechos sociales o los intereses de la clase trabajadora. Lo mismo que otros “representantes” que, para “ayudar” en esta situación sólo tienen la opción de recurrir a los tribunales todas las decisiones que se toman. Eso sí, a pesar de la cantidad de trabajadores que están perdiendo su trabajo (temporal o definitivamente) ellos no se bajan sus sueldos y siguen cobrando dietas, a pesar de que el Parlamento está prácticamente cerrado. Y luego se quejan de la desafección de los españoles hacia la política.
Sería deseable que la salida de esta situación fuese liderada de forma responsable por un Gobierno sereno y responsable, más si tenemos en cuenta que ha surgido de unas elecciones recién celebradas y que no hace mucho que empezó su andadura, lo que hacía presuponer una mayor dosis de entusiasmo. Lamentablemente, no hay nada más lejos de la realidad: la imagen que dan nuestros gobernantes se parece mucho a una guerra de guerrillas, donde las distintas facciones intentar ir ganado pequeñas batallas para incrementar la parcela de poder que controlan. Y todo ello amparado por una figura meramente decorativa que, situado al frente del ejecutivo, es únicamente una imagen que se ve sobrepasada por una situación que es incapaz de gestionar. Y todo ello aderezado por unos olores pestilentes que surgen del ala “morada” del gobierno, incapaces de disimular sus anhelos dictatoriales y que se han lanzado, sin escrúpulos, a tratar de imponer a los españoles su visión rancia de una sociedad que, como se está viendo en algunos países de Hispanoamérica, sólo conducen a la destrucción de la sociedad del bienestar para beneficio de unos pocos “patriotas”. Esos señores han olvidado rápidamente que los españoles depositaron en ellos una gran ilusión hace unos años y que, al ver cuál era su realidad, les han dado la espalda. Se comportan como auténticas sanguijuelas al intentar aprovechar este momento tan complicado para imponernos unos ideales, que se han sufrido en nuestro país a lo largo de 40 años en el siglo pasado.
No obstante, los políticos no son las únicas sabandijas que proliferan en la actualidad. Los científicos deberíamos pedir perdón públicamente porque no fuimos capaces de lanzar avisos de lo que estaba por llegar. Todos pensamos, erróneamente, que esto no sería peor que una gripe. Nos equivocamos. Y deberíamos pedir perdón a nuestra sociedad por ello. Se supone que estamos formados para evaluar correctamente estas situaciones y hemos fallado. Es normal que más de uno piense que el dinero destinado a nuestra formación ha sido un despilfarro. Todos, yo el primero, deberíamos disculparnos por nuestra ineptitud. Una vez dicho esto, toca también denunciar la jauría de “científicos” que han surgido por todas partes y que se venden como expertos en la materia; esos mismos que, hasta hace unos días eran expertos en otras materias. Expertos en todo. Como si eso fuese posible. Es nauseabundo observar como “colegas” se han subido a tren del prestigio social e intentan hacerse un hueco en los medios de comunicación sentando cátedra sobre el coronavirus. Basta con revisar sus curriculums para darse cuenta de que solo son expertos en aprovecharse del trabajo de los demás, que han progresado en el mundo científico gracias a su capacidad innata de crecer a expensas de los compañeros. La ética profesional sólo les alcanza hasta donde llega su ambición personal. Ese es su límite; el mundo como trampolín para su fama.
El coronavirus nos ha dado la oportunidad de volver a empezar, de dar a luz una sociedad más justa con todos y con la Naturaleza. Y para ello nos ha quitado la venda que cubría nuestros ojos para poder descubrir la verdadera calaña de determinadas personas que están situadas en puestos de responsabilidad. Es tarea nuestra descubrir esta funesta realidad y encargar la tarea de reconstrucción a personas con ideales sanos y cuyo objetivo no sea engrosar ni su cuenta bancaria ni su nivel de prestigio social, sino un valor que estaba olvidado y que deberíamos redescubrir: el bien común.
Mar
26
EL RUIDO
marzo 26, 2020 | | Deja un comentario
Un ruido sordo, intenso, le hizo salir de una vigilia nocturna reparadora. Sin darle tiempo a reaccionar, una extraña sensación recorrió su cuerpo y todos los poros de su cuerpo comenzaron a eliminar sudor de una forma descontrolada, casi desconocida. Sudaba, no cómo lo hacia habitualmente cuando pasaba horas en sus máquinas de ejercicios para pasar las horas muertas que llenaban su vida, sino que era una forma extraña de sudor, lleno de adrenalina y esperanza. No hacia falta estar completamente despierto para comprender lo que aquel ruido significaba.
Apenas recuperó la plena consciencia, saltó de la cama como si tuviese un resorte. Fue al baño y, al ver reflejada su imagen en el espejo, apenas pudo reconocer a la persona que allí aparecía. Tenía dibujada en la cara una extraña mueca, que no acertaba a identificar. Hizo falta un buen rato para recordar que, años atrás, esa expresión significaba alegría, esperanza.
Pensó en quitarse ese pijama empapado de sudor que tapaba su cuerpo, pero algo en su interior le decía que era mejor no perder el tiempo con tonterías sin importancia. Ese ruido se repetía de una forma constante en su cabeza y, con él, crecían sus ganas de correr a averiguar su significado. Frente a eso poco importaba su aspecto físico. Ni la posibilidad de enfriarse en ese mes de marzo tan loco que estaba viviendo.
Se calzó las zapatillas y avanzó a toda prisa por el pasillo, sin percatarse de que el camino tenia obstáculos, fruto de su escasa afición a ordenar las cosas. Después de salvarse de la caída en un par de ocasiones se prometió a sí mismo, como tantas veces había hecho con anterioridad (y nunca había cumplido) que, a partir del día siguiente, todo volvería a estar en su sitio. Y más si cumplía su promesa ese ruido que martilleaba su cabeza.
Como pudo llegó al comedor. Sin pensarlo, apartó bruscamente las cortinas y se abalanzó con fiereza hacia la puerta que le impedía, como un carcelero, la salida al balcón. Con un ansia inusitada, alcanzó la libertad. Respiró el aire puro del amanecer y se aprestó a descubrir el origen de ese ruido que le había despertado.
El paisaje que aparecía ante sus ojos no era diferente al que había torturado a sus ojos y a sus ánimos durante las últimas semanas. La calle, antaño repleta de vida, estaba vacía. Los chillidos de los niños yendo al colegio sólo eran un recuerdo. Los coches permanecían inmóviles, yermos, cubiertos de polvo, en la misma posición que siempre. Todo permanecía quieto, inalterable, como si el tiempo se hubiese detenido para siempre. Ni rastro de otras personas. Nadie con quien reír o llorar. Imposible discutir con ningún vecino. Los pasos de peatones esperaban a alguien que diera sentido a su presencia; pero tampoco había vehículos que amenazasen a nadie. Sus ojos sólo veían la misma foto fija desde aquel día fatídico.
Entonces comprobó el origen del ruido misterioso. Era el latido de su corazón, el último corazón humano en latir sobre la Tierra. No había razón para buscar un sonido semejante; sencillamente, no existían desde aquel día. Con el alma destrozada, cayó en el suelo con los ojos inundados de lágrimas y con un solo deseo en su cabeza: que ese sonido callase para siempre…
¡Vaya pesadilla!, pensó. “A veces, la cabeza juega malas pasadas y nos tortura con sueños sin sentido. Menos mal que he despertado”. De nuevo, el ritual diario, repetido desde hace tantos años. Ducharse, vestirse, desayunar, prepararse para ir al trabajo…. Cuando estaba a punto de salir de casa, un profundo escalofrío recorrió su cuerpo. Tembloroso, casi paralizado por el miedo, se dirigió al balcón de su casa. La pesadilla seguía.
Ago
28
EL ÚLTIMO AGUJERO NEGRO
agosto 28, 2018 | | Deja un comentario
Ignoro la validez científica que tendrá la pregunta. Puede que, incluso, algún astrónomo o físico no pueda contener la carcajada si llega a leerla, pero me ha surgido la siguiente duda: ¿Qué sucederá cuando el último agujero negro se haya “comido” la última porción del Universo? Obviamente, ninguno estaremos aquí para comprobar la validez de las múltiples teorías que se postulen, pero es una cuestión que podría tener su transcendencia o, como mínimo, puede plantear un ejercicio mental interesante que ayude a poner las neuronas (en caso de tener más de una) en funcionamiento.
Existen teorías que sugieren que los agujeros negros son puertas de entrada a otros universos (los universos paralelos de Sheldon Cooper); es una posibilidad interesante, pero abre otros interrogantes. Si nuestro agujero negro es el último, implica necesariamente que habrá “engullido” otros agujeros negros de menos masa. ¿Eso implica que también habrán desaparecido los universos paralelos a los que servían como puerta de entrada? Por reducción al absurdo, esta idea implica que solamente quedará un Universo al final del proceso, pero no tendrá un equivalente al otro lado, ya que habrá desaparecido como consecuencia de la acción gravitacional. Entonces ¿será paralelo a algo que ya no existe? ¿Eso no implica necesariamente que anulará necesariamente su existencia?
He estudiado en Física las evidencias de la existencia del Big Bang; incluso he entendido que se ha podido demostrar que la expansión del Universo continúa acelerándose, con las implicaciones termodinámicas que eso conlleva acerca del enfriamiento de este. Pero ¿es esa fuerza expansiva superior a la fuerza de la gravedad que ejercen los agujeros negros? ¿Podrían actuar como “puntadas” que contribuyan a mantener “cosido” el Universo? No creo que se deba menospreciar la potencia de estas formaciones estelares; son capaces de atrapar incluso la luz, de forma que no son moco de pavo.
¿Cuál es el proceso que lleva a la formación de un agujero negro? Los físicos teóricos nos hablan de implosiones de estrellas, pero no todos esos procesos dan lugar a la aparición de un agujero negro. Por tanto, debe haber algún factor más que participe en este proceso. Además, no hay que olvidar que parece ser que en el centro de todas las galaxias hay un agujero negro que, antes o después, acabará devorándola. ¿Surgen como consecuencia de la muerte de estrellas? ¿O son el punto de inicio de la formación de galaxias, gracias a que su gravedad es tan intensa que puede atrapar la materia y dar lugar a complejos tan extraordinarios, como nuestra Vía Láctea? Sea cual sea el proceso, lo que es evidente es que la aparición de un agujero negro es un acontecimiento de importancia crucial en la región del Universo donde se produzca, bien sea con fines destructivos o como núcleo de creación de nuevas estructuras.
Las galaxias no están inmóviles, sino que se desplazan en el Universo; ello provoca que se den fenómenos de colisiones galácticas. Incluso existen modelos que explican como será el proceso de colisión de nuestra galaxia y la galaxia de Andrómeda, que por cierto, se pueden consultar en Internet. ¿Qué sucederá cuando colisionen los dos agujeros negros? ¿Cuál ganará la lucha? Independientemente de quien lo haga, el resultado será la aparición de un agujero negro de mayor potencia ¿Ese proceso acortará la vida de la galaxia resultante? En el caso de que así sea, basta con repetir el proceso un número elevado de veces y nos encontraremos con el protagonista de estas palabras: el último agujero negro.
Llegado a este punto habrá que ponerse sentimental: imaginemos a nuestro pobre agujero negro vagando por un espacio que ya no existe, completamente a oscuras y sin nada más que comer. En ese momento, seguro que se plantearía cuál es la razón de su existencia. En el pasado era el terror del Universo; bastaba con nombrarlo para que el resto de lo existente entrase en pánico; pero ahora ya no hay nadie a quién asustar. ¿Cómo saciar el hambre? Lo único que queda disponible es él mismo ¿Será capaz de comerse a sí mismo? Parece que eso podría contradecir las leyes de la Física, pero…. ¿qué otra opción le queda? No quedaría otra opción que la de sentir lástima de este pobre y obeso agujero negro si no fuese porque ha destruido a todo aquello que tendrá capacidad de experimentar empatía. Hasta eso le sale mal.
Incluso, si hacemos caso a alguno de los filósofos humanos, cabría dudar hasta de su existencia. Ya Demócrito, hace más de 2.500 años, sin ciencia empírica alguna, apuntó que «es preciso que el hombre conozca que está separado de la realidad y que conocer de verdad qué es cada cosa es un enigma». En 2015, un grupo de científicos australianos demostraron que, a nivel cuántico, la realidad no existe hasta que no la observamos. Por tanto, ¿existirá nuestro último agujero negro? Su afán devorador ha provocado incluso que ni siquiera su existencia sea algo cierto; puede incluso que sea la creación de una mente enferma que se aburría una calurosa tarde de fines de agosto.
PD. Es obvio que no pretendo hacer un tratado de Física con estas palabras. Como siempre, mis objetivos son muchísimo más retorcidos…. Jejejejejeje.
Jun
20
LA ESPERANZA
junio 20, 2018 | | Deja un comentario
¿Es la esperanza algo permanente? ¿Tal vez pueda ser considerada como una característica del ser humano? Debo expresar mis dudas acerca de eso…. También los animales tienen esperanza: encontrar la comida suficiente, encontrar una pareja reproductora adecuada, mantener la seguridad del grupo, etc. Incluso las plantas sienten el anhelo de encontrar la luz del Sol. No obstante, sí que hay algo que nos diferencia respecto al resto de seres vivos en este tema: somos los creadores indudables de la esperanza pasiva.
Se extiende como una plaga por nuestra sociedad tan “avanzada” la actitud irresponsable de aguardar que se cumplan nuestros anhelos sin levantarnos de la cama. Parece que tenemos el derecho, concedido por la gracia de Dios, de que se cumplan nuestros anhelos simplemente por el hecho de ser nosotros mismos. Y, cuando las cosas no salen según los planes previstos, nos hundimos en la depresión más profunda y nos convertimos en carne de psicólogo. A partir de ese momento creamos una situación de dependencia extrema respecto a una persona cuya única misión es hacer como que nos escucha. ¡Para eso ya tenemos a los sacerdotes en los confesionarios! ¡Y son gratis!
Las modernas tecnologías nos han “obligado” a adoptar una actitud pasiva ante la vida. ¡Para qué llamar por teléfono si podemos solucionarlo con un mensaje! ¡Quién es el loco que hace un viaje para solucionar un problema si puedo recurrir a la video llamada! Pues esta forma de entender la vida ha llegado a contaminar algo tan profundo y personal como es la esperanza, entendida como el deseo de mejorar mi experiencia vital día a día. Hemos guardado en el baúl de los recuerdos la idea de que esa mejora es un proceso de lucha continua, que supone un esfuerzo y una dedicación que se prolonga a lo largo de todos los instantes de la existencia. Hemos transmutado esa idea pro activa por la postura más cómoda de esperar, tumbados en la cama, a que un whatsapp resuelva nuestros problemas.
Tener esperanza es aceptar la obligación de ponerse en marcha, de caminar en busca de un objetivo. Es la necesidad de buscar respuestas no la actitud pasiva de que nos lleguen de forma electrónica. Y también nos obliga a reflexionar sobre el hecho de que no estamos solos en el mundo. La esperanza es algo personal e intransferible; no se puede obligar a nadie a compartir unos anhelos. ¡Y mucho menos hacerle responsable de no alcanzarlos! El hecho de albergar una esperanza lleva implícita la aceptación de no alcanzarla. Pero eso es lo que hace que el proceso sea tan interesante; la respuesta no está escrita de antemano, sino que siempre tengo la posibilidad de interactuar con el proceso para intentar cambiar el rumbo del mismo.
Pero hay que tener cierta precaución en este proceso…. Si se interactúa en sentido contrario, el objetivo buscado tiene a alejarse cada vez más, hasta que se convierte en inalcanzable. Cuando uno pretende tener una flor, el proceso empieza siempre con una semilla; la flor no aparece por arte de magia. Una vez plantada, hay que cuidarla, regarla, ponerla a la temperatura óptima, quitar las malas hiervas, tratar las plagas… Y, al final, caso con total seguridad, tendremos la flor deseada. Hay veces, las menos, en las que la flor se desarrolla sin haberla cuidado nada desde el momento de la siembra. Pero lo que sí es seguro es que jamás tendremos ninguna flor si tratamos la maceta con un herbicida e introducimos la maceta en un horno a 500ºC.
La esperanza es un proceso que implica cuidado y esfuerzo al final del cual se puede llegar a alcanzar el objetivo deseado. Pero todo el trabajo realizado puede desaparecer en un instante si añadimos glifosato a la maceta. Aviso a navegantes….
Jun
19
BORRAR LO PERMANENTE
junio 19, 2018 | | Deja un comentario
Hay que partir del concepto de que, basándonos en el concepto de las palabras que forman el texto, la acción descrita es imposible. El hecho de que algo venga adornado con el calificativo de “permanente” implica, necesariamente, que no puede ser eliminado de ninguna manera, de forma que la propuesta de escribir sobre ese tema es un contrasentido es sí mismo. Me gustaría clarificar este punto, porque es la primera vez que escribo “por encargo”, es decir, no es un tema que me haya surgido de mi experiencia, sino que es algo que se me ha propuesto, tal vez como un reto para poner en duda mi capacidad real de desarrollar una idea. Pues bien, recojo el guante y allá vamos.
En la realidad no hay cosas permanentes. El concepto de vida va, indisolublemente, unido al de muerte, de modo que ambos conceptos se unen para formar el conjunto más democrático de la biosfera. Nada de lo que tenemos alrededor es inmutable; el tiempo es el juez implacable que acaba sometiendo todo a esa ley universal que dicta que todo tiene un fin. Empeñarse en asirse a cualquier cosa tangible de nuestro mundo como refugio frente a las inclemencias de la vida es un error absurdo. Nada va a durar el tiempo necesario como para evitar que nos ahoguemos en la profundidad de las aguas de lo cotidiano. Nada va a durar tanto tiempo. Nada es permanente. Hasta algo tan eterno como el matrimonio católico tiene un fin: “hasta que la muerte nos separe”.
Es una regla básica de la Biología el hecho de que cualquier sistema vivo tiende a optimizar el gasto de energía: si algo se puede hacer manteniendo las reservas de ATP, ¿para qué gastarlo? Entonces, ¿por qué hay que borrar algo que va a desaparecer por sí sólo? Aquí entra en juego una de las características que nos diferencia a los seres humanos del resto de los animales: la impaciencia. Las cosas han de suceder en el momento y con la velocidad que cada uno determina como óptima, sin reparar en la viabilidad de tales pretensiones. Nos consideramos los dueños del tiempo y de su flujo, sin percatarnos de que no somos más que sirvientes sometidos a su capricho, a una dictadura que determinará, sin dar ningún tipo de explicaciones, el momento en que llegará nuestro punto final.
La vida se ha convertido en un sprint sin final. Todo ha de ir muy deprisa, sin tiempo para saborearlo. Se prefiere un mensaje de cuatro palabras en el teléfono antes que un correo bien reflexionado y escrito. No se puede perder el tiempo porque parece que llegamos tarde a nuestra próxima experiencia artificial. Estamos viviendo tan rápido que no tenemos tiempo de detenernos a disfrutar de un paisaje; sacamos el móvil, hacemos una foto y ya lo miraremos después. “No puedo perder el tiempo” se ha convertido en el lema de nuestra sociedad supuestamente avanzada. Asumimos, sin más, que ese paisaje lo hemos capturado para siempre, que será permanente porque podré verlo todas las veces que quiera. Pero olvidamos una cosa: cuando lo admiramos en la pantalla, es un paisaje muerto. No se ha tenido tiempo de apreciar la luz, los sonidos, los olores que le acompañaban. O nos empeñamos en grabar videos de cualquier acontecimiento y perdemos el acontecimiento en sí mismo. Y esas experiencias no volverán. Tenemos un paisaje que no existe y, lo peor de todo, que nunca volverá a existir. Nuestra experiencia vital está llena de momentos puntuales y esos son irrepetibles. Duran un instante y ese tiempo ya nunca volverá. Y son esos breves lapsos de tiempo los que enriquecen nuestra existencia; el recuerdo de un olor nos hace brotar una sonrisa mientras que la mirada a una pantalla nos cansa la vista. Una vida plena está llena de instantes fugaces y vacía de imágenes permanentes.
Tal vez la trampa del tema propuesto esté escondida en el tema de los sentimientos. Quizás se piense que en las palabras “en la salud y en la enfermedad, en la alegría y en la tristeza” esté escondida la obligación de mantener una vigencia eterna de los sentimientos. Pero creo que a nadie se le escapa que éstos tampoco son inmutables. ¿Alguien, en su sano juicio, puede mantener que los sentimientos de un hijo hacia una madre son los mismos cuando tiene 2 años que cuando tiene 40? Tampoco los sentimientos son permanentes, sino que el tiempo los modula, los matiza, los adapta a cada momento de la existencia para hacerlos compatibles con la vida misma. ¿Sería sano un amor dependiente hacia una medre en un adulto de 40 años? Obviamente, algún problema psiquiátrico estaría oculto detrás de este hecho. Suponer que algo tan poco tangible como nuestras emociones son permanentes supone, indudablemente, ir en contra de nuestra propia naturaleza.
La existencia de la vida sobre nuestro planeta tiene un principio fundamental: nada es permanente. Por tanto, no hay que borrar nada. La vida se sostiene en una continua variación sobre un base, modificación que ha permitido que los seres vivos puedan permanecer sobre nuestro planeta durante tanto tiempo. Esas variaciones han logrado que, aquellos individuos más adaptados, hayan sido capaces de sobrevivir a condiciones adversas y hayan continuado el linaje. Según algunos estudios, la vida surgió una vez y, desde entonces, lo único que ha hecho ha sido modificar sus fundamentos. Si esos cimientos hubiesen sido permanentes, la vida como la conocemos habría desaparecido de nuestro planeta. La vida no se basa en borrar o no lo permanente; se basa en modificar lo ya existente.
Aunque cada uno puede tener su opinión (y todas son respetables), parece obvio que no tiene sentido mantener la idea de la “permanencia” como algo fundamental para conseguir algo. Las propias vivencias de cada individuo pueden convencernos de que la vida vale la pena en tanto en cuanto es modificable. Cada día es una aventura que debemos vivir; ayer fue un día que ya acabó y mañana aún está por llegar. Cuando nos levantamos cada mañana no existe ningún guion pre-escrito. Tenemos delante un montón de hojas en blanco que podemos rellenar a nuestro gusto. Y, frente a ellas, cabe cualquier actitud: podemos limitarnos a copiar el manuscrito del día anterior por miedo a los cambios o podemos aventurarnos a disfrutar de las sorpresas, buenas y malas, que nos aguardan a lo largo de las siguientes 24 horas. Dejo a juicio de cada uno el evaluar las consecuencias vitales que tendrán cada una de esas opciones.
Sólo la muerte física es permanente. Y, por suerte o por desgracia, es lo único que no se puede borrar; es irreversible. La idea de lo permanente conduce a la muerte; únicamente la maravillosa posibilidad de los cambios hace de la vida una experiencia que hay que disfrutar.
Dic
23
Para reflexionar
diciembre 23, 2017 | | Deja un comentario
2 El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; a los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos.
3 Multiplicaste la gente y aumentaste la alegría. Se alegrarán delante de ti como se alegran en la siega, como se regocijan cuando reparten el botín.
4 Porque tú quebraste el yugo de su carga, y la vara de su hombro y el bastón de su opresor, como en el día de Madián.
5 Porque todo calzado del guerrero en el tumulto de la batalla y manto manchado en sangre, todo esto será para quemar, para pasto del fuego.
6 Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado estará sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.
(Isaias 9, 2-6)
Sep
28
Para la libertad
septiembre 28, 2017 | | Deja un comentario
El cuerpo me pide colgar este poema de Miguel Hernández
Para la Libertad
Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad, siento más corazones
que arenas en mi pecho dan espuma a mis venas;
y entro en los hospitales, y entro en los algodones,
como en las azucenas.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada,
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñaran aladas de savia sin otoño,
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida;
porque soy como el árbol talado que retoño:
aún tengo la vida.
(Miguel Hernández)
Una pequeña reflexión….. ¿Es posible ser libre partiendo de la mentira y el engaño?
Ene
16
LA BRÚJULA ESTROPEADA
enero 16, 2015 | | Deja un comentario
De vuelta a la terapia bloguera……..
La RAE defina la brújula como el “instrumento consistente en una caja en cuyo interior una aguja imantada gira sobre un eje y señala el norte magnético, que sirve para determinar las direcciones de la superficie terrestre”. Bien, también, existe otra brújula interior, anímica, que permite posicionar el norte en nuestro devenir por la vida, de modo que podamos determinar la dirección a seguir en la misma. Aunque no lo parezca, es un instrumento muy útil y muy poco valorado al que sólo se valora cuando se desconoce el camino a seguir, independientemente del ámbito del que hablemos.
Recientemente la sociedad occidental se ha percatado de la pérdida de rumbo; el fomento de una relación inmediata y superflua, vacía de contenido, ayuda a la proliferación de individuos ansiosos de encontrar unas raíces más profundas que les permitan justificar su existencia. Este tipo de personas son presa fácil de cualquier corriente extremista, corrientes que no son exclusivas del Islam, sino que también existen dentro de la Iglesia Católica, aunque, presas de una hipocresía desmesurada, prefiramos mirar a otro lado para ignorar su presencia. No hay nada que justifique el asesinato a sangre fría de personas; eso es obvio. Pero se cometería un error de consecuencias incalculables si nos quedásemos únicamente en la atrocidad del acto y no se profundizase en las raíces del problema. Una sociedad que ensalza el éxito fácil, en la que no tienen cabida los valores morales, en la que se es más popular en función del número de ciber-amigos (aunque sean en su mayoría desconocidos) es un caldo de cultivo idóneo para la proliferación de personas desorientadas, a las que se les cierra el camino del éxito por el único hecho de ser diferentes a las demás.
Los atentados de París han vuelto a sacar a la palestra el tema de la libertad de expresión. Parece que ese sea uno de los nortes de la democracia; no digo que no lo sea. Pero, de pequeño, me enseñaron que los límites de la libertad están en la libertad de los demás. ¿Hasta qué punto es lícito ejercer ese presunto derecho cuando se es consciente de que se está ofendiendo a un determinado grupo de personas? Hace un tiempo, este debate no tendría sentido. Las creencias individuales o colectivas eran tan sagradas como la libertad de expresión. No quiero que nadie se llame a engaño; no pretendo justificar ningún tipo de violencia. Pero, es que no era necesario tener que defender nada; el respeto era parte de la actitud individual. Pero el mundo, al menos en nuestras sociedades presuntamente avanzadas ha cambiado. La empatía no existe y las palabras autocrítica y autocontrol provocan hilaridad. ¿Se ha perdido tanto la inteligencia para que no se sea capaz de ejercer una crítica sin tener que ofender a nadie? Un mínimo ejercicio de inteligencia habría permitido transmitir el mismo mensaje sin tener que llegar a las consecuencias que se ha llegado. Pero estamos en un mundo en el que no mandan los más capaces; el éxito social radica en ser capaz de molestar a un mayor número de personas.
A la luz de las críticas desatadas por las declaraciones realizadas por el Papa Francisco esta mañana, me gustaría hacer una pregunta: ¿Acaso él no tiene libertad de expresión? ¿La libertad de expresión está limitada a opinar lo que dictamines el “establishment”? No se puede salir en los medios de comunicación a defender de forma virulenta la libertad de opinar frente a unos ataques bárbaros como los de estos días y, a renglón seguido, criticar a una persona por expresar una opinión diferente. Señores, eso también es libertad de expresión y sus comentarios irrespetuosos tambíén son un atentado contra ella.
No obstante, la libertad de expresión no es el único “norte” que debe guiar el devenir de una sociedad supuestamente democrática. ¿Por qué no hablamos de la libertad de los pueblos por elegir libremente a quienes les gobiernen? ¿Eso no está también en la base de nuestra sociedad? A nadie en su sano juicio le debería extrañar que, ante la situación económica y política actual que impera en Europa, proliferen grupos que busquen soluciones alternativas e imaginativas a estos problemas. Eso también es ejercer el derecho a la libertad de pensamiento. Deberían ser los ciudadanos los que, con su voto, decidiesen, con plena libertad, si esas opciones alternativas son creíbles o no. ¿A quién le hace daño el ejercicio de la libertad? Las injerencias de otros poderes políticos foráneos o de poderes económicos en la capacidad de decisión de un pueblo sobreaño también son un atentado contra la libertad. Está claro que los poderes actuales se asientan en la creencia de que el pueblo, la sociedad, está formado por un conjunto de seres ignorantes que deben ser guiados por ellos. Sin embrago, la Historia está llena de hechos que demuestran que eso no es así. Sin ir más lejos, basta con recordar como la manipulación que hizo el gobierno de la autoría de los atentados del 11-M cambió el resultado de unas elecciones. Si señores, fue su estupidez y su desprecio a la inteligencia del pueblo español la que les hizo perder las elecciones; dejen de buscar fantasmas fuera de su propia casa.
Ahora se vuelven a airear fantasmas del pasado con el auge de Podemos. Independientemente de que pueda estar de acuerdo o no con ellos, representan un rayo de luz dentro de la oscuridad en la que se encuentra sumida nuestra sociedad española. ¿Por ello son malos? ¿Por qué no dejar que los españoles decidan en libertad? ¿Acaso es la misma libertad la que les da miedo? No se les puede acusar de ocultar sus verdaderas intenciones sin que se sonrojen. ¿Acaso no hicieron lo mismo para ganar las elecciones de hace tres años? Seamos serios, por favor. No nos traten como ovejas ignorantes; no atenten contra nuestro sentido común. Soy el primero en reclamar que las formaciones políticas deberían firmar un contrato de obligado cumplimiento con la sociedad; cualquier modificación de ese “contrato” debería estar sometida a la aprobación de cada una de las partes. Si se entendiesen así, los programas electorales tendrían una importancia crucial a la hora de determinar a qué formación política se apoya en unas elecciones. Pero, si se trata de un documento en el que se incluye aquello que se supone que se quiere oír, aún a sabiendas de que no se va a cumplir, ¿qué sentido tiene? Entonces nos limitaremos a votar a aquel no que nos caiga mejor o que sea más guapo. ¿Queremos que se base en eso nuestra democracia? Estamos ante una situación de crucial importancia y que va a determinar la evolución de nuestra sociedad frente a futuros ataques, tanto internos como externos. Podemos optar por defendernos metiéndonos dentro de nuestro propio caparazón y asumiendo que la única defensa es un recorte brutal de nuestras libertades individuales (que no la de los ricos y poderosos) o podemos defendernos profundizando en la calidad y radicalidad de la democracia. No es necesario decir por qué opción me inclino.
La gente que me sigue en este blog (si es que queda alguien después de tanto tiempo) sabe que no puedo acabar un texto sin hacer una referencia personal, generalmente relacionada con el título del archivo. Mi brújula personal está estropeada. No sólo a nivel profesional (lleva estropeada mucho tiempo), sino también, a nivel personal. Hasta no hace mucho creía tener claro dónde estaba el norte; mejor que peor, la aguja apuntaba siempre hacia el mismo sitio. Pero ahora no para de girar como loca, intentando encontrar un punto hacia el que dirigirse. Por mucho que intente encontrar el problema del funcionamiento, la maquinaria de una brújula es bastante simple y no es necesario llamar a un experto para arreglarlo. Si la brújula es incapaz de encontrar el norte puede ser debido a que el norte ha desaparecido. O que se ha protegido detrás de una muralla que lo haga invisible al campo magnético. O que el norte fuese una falacia, una mentira que ha desparecido una vez que la realidad se ha quitado la máscara. Ignoro cuál es la explicación. Lo único que sé, de forma segura, es que mi brújula no para de dar vueltas, incapaz de fijar un rumbo definido. Y no sólo a nivel personal.
Jul
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EL FINAL DEL OBJETO
julio 29, 2014 | | Deja un comentario
Estamos inmersos en un mundo absolutamente enloquecido en el que reina lo fugaz. Las cosas no se fabrican para durar, sino que el proceso se piensa con el objetivo de que sean útiles un número limitado de años y luego sea necesario reemplazarlos. Los servicios técnicos establecen unos costes desorbitados para desanimar a los usuarios que pretenden reparar sus objetos; sale más barato comprarlo nuevo. Además, los productos se descatalogan a una velocidad supersónica, de forma que, al cabo de poco tiempo, es imposible encontrar piezas de repuesto. Ello incentiva un consumo desenfrenado, según el cual se dejan de utilizar productos porque, supuestamente, han quedado obsoletos. O han dejado de ser modernos. A nadie parece importarle lo limitado de los recursos naturales disponibles. Hay que consumir para ser alguien en la sociedad.
Hasta aquí, la cosa puede ser más o menos seria. El problema empieza a ser grave cuando esa política se emplea con las personas. La mal-llamada “revolución tecnológica” (sería mejor llamarla involución tecnológica) ha desnudado a las personas de su condición de ser humano para convertirlas, únicamente, en objetos del ciber-espacio. Y, como tales, aparentemente carentes de sentimientos, de ilusiones, de objetivos en la vida. El hecho de haber transformado las relaciones humanas en relaciones mediadas por la tecnología ha eliminado la carga emocional que debe regir cualquier tipo de contacto humano. De nada importan los sentimientos, el daño que se pueda causar. Para qué pensar en las consecuencias de unas palabras, de unos hechos. Al fin y al cabo, nunca se va a ver al otro llorar.
Corremos el riesgo de dejar de ser personas para convertirnos en objeto de consumo. Somos apreciados, queridos, mientras somos útiles. Cuando perdemos esa condición, somos rápidamente sustituidos por otros que, en las nuevas circunstancias, son más apetecibles. ¿Qué valor tienen las promesas hechas en el pasado? ¿Qué importancia tiene el daño causado? ¿A quién le importa el dolor ligado a una esperanza defraudada? Preguntas que no tienen respuesta. Los objetos no tienen sentimientos, así que… ¿para qué preocuparse?
Obviamente, la pérdida de la condición de ser humano lleva aparejada la desaparición de todos los derechos ligados a ella. Automáticamente dejamos de tener libertad de expresión. Hay que medir todas las palabras, todas las expresiones, todos los gestos. Un objeto no puede desagradar a su dueño por el riesgo de ser arrojado a la basura. Se ha perdido el derecho a discrepar, a pensar diferente, bajo la amenaza de dejar de ser queridos. Y, dado que el ser un humano es social por naturaleza, esa posibilidad nos aterra y renunciamos a nuestros derechos antes que enfrentarnos al temor de “sufrir” la soledad, sin darnos cuenta que, en muchas ocasiones, es nuestra mejor compañera.
¿A cuántas cosas estamos dispuestos a renunciar en nuestro afán de ser “útiles”? ¿Cuántas máscaras estamos dispuestos a usar con tal de aparecer en las listas de “amigos” de muchas personas? Parece no importar mucho la renuncia a la individualidad de cada ser humano con tal de ser “agradable” al mayor número de personas. Se prefiere ser un artículo de consumo masivo en vez de una pieza de calidad. Aceptamos estas normas como si fuesen lo más normal del mundo. ¿Quién se atreve a discrepar? La posibilidad de ser excluido asusta demasiado; nadie se atreve a alzar su voz.
Tampoco sirve se mucho ser consciente de tus propias limitaciones. A pesar de la fecha de caducidad, si se decide que has de seguir siendo útil, ¿cómo negarse? De nada sirve suplicar clemencia, enseñar el DNI con el año de nacimiento, airear limitaciones físicas o psicológicas. Se ha perdido la libertad para decir “no”; es una respuesta no admisible. Y, con dolor, esa imposibilidad de plantarse, lleva a pensar en soluciones definitivas, de esas que no tienen posibilidad de retorno. La muerte aparece como la única vía de escape, como la última posibilidad de recuperar la libertad perdida. Ya sé que no es muy agradable el tema, pero me resulta tan cercano que me es imposible no nombrarlo.
Sirva esto como mi pequeño acto de rebeldía. Soy consciente del riesgo que corro, pero lo asumo. Quiero decirlo alto y claro: ¡NO SOY UN OBJETO! Reivindico mi derecho a ser un ser humano, a poder expresar sin temor mis miedos y mis ilusiones, mis alegrías y mis tristezas. No voy a renunciar a mi derecho a enfadarme si algo no me gusta, ni voy a callarme antes cosas que me parecen equivocadas. Quiero decir libremente “no” si algo no quiero hacerlo, a dar las gracias, a llorar si me emociono o si algo me hace daño. Quiero recuperar mi derecho a ser imperfecto, a equivocarme… pero también al de acertar. No soy infalible, pero tampoco soy el responsable de todos los desastres del mundo. En definitiva…
REIVINDICO MI DERECHO A SER YO, A SER UN SER HUMANO.
Y ahora, a esperar las consecuencias….
Jul
29
ILUSIÓN
julio 29, 2014 | | Deja un comentario
Como el último guerrero de una tribu
india, deambulando por terreno desconocido,
temeroso de ruidos y olores extraños,
de un futuro ya acabado, asesinado
por sus víctimas del pasado, por sueños
de expansión desenfrenada.
Como el árbol que crece en el pico
de una montaña alejada, enraizado
en terreno estéril, incapaz de soportar
otra vida, otra compañía. Árbol
huérfano de nidos, de brisas susurrantes,
de rayos de sol que lo resuciten.
Como un pez en una pecera, rodeado
de plantas artificiales, de agua clorada,
nadando sin rumbo en una cárcel
de cristal, buscando, sin esperanza,
sirenas que le hagan más amena
su espera sin esperanza.
Como una isla en medio del océano,
isla desierta, con las olas destructoras
como únicas amigas. Ve pasar de lejos
las aves, las semillas, mientras su suelo
se muere inundado de sal, abrasado por el fuego
de un astro con cara amable.
Como un ermitaño en su cueva, alejado
de todo y de todos, con las alimañas
como únicas presencias. La mente, el refugio
para sus miedos, fuente de la que brota la tristeza
y la proverbial demencia, de la que beben los animales
hasta dejarla seca.
El espejo le devuelve una imagen solitaria,
unos ojos de los que brotan ríos
de aguas eternas, que recorren el valle
buscando la desembocadura
en un corazón muerto en la pelea.
Jul
24
ADAPTACIÓN SOCIAL
julio 24, 2014 | | Deja un comentario
Desde el momento de nacer, todos intentamos encontrar nuestro lugar en la vida. Debe ser algo innato, como el instinto de succión o el de supervivencia. Todos debemos adaptarnos al ambiente en donde se va a desarrollar nuestra vida futura, de modo que esa característica, si no está codificada en el material genético, debe estar ligada a los primeros procesos de aprendizaje. Desde muy pequeños no es la misma la actitud de un bebé que ha nacido en una familia humilde que el de aquel que lo ha hecho en una poderosa. Es necesaria esa adaptación al entorno para incrementar las probabilidades de supervivencia (aunque esta expresión, en la sociedad actual, carece de sentido literal).
Durante los primeros años de nuestra existencia no es difícil encontrar nuestro sitio en el mundo. La existencia se ha desarrollado, de modo tradicional, en el seno de una familia estructurada, donde cada uno de los miembros que la compone ha tenido un rol claramente diferenciado. Este hecho ha mutado en el mundo actual y encontramos niños que ejercen un papel autoritario en sus hogares, actuando como auténticos dictadores que tienes a sus padres (o a sus abuelos) bajo su mando. Obviamente, esta actitud perversa y anti-natural conducirá, antes o después, a problemas de adaptación social, con el riesgo de desmoronamiento de la sociedad que ello supone si este hecho se extiende.
El inicio del periodo escolar debe suponer un cambio en el proceso de adaptación al mundo que nos rodea. Supone convivir con otros individuos de las mismas características y estar sometido, de modo ideal, a la autoridad de profesor. Supongo que una leve sonrisa surgirá en más de un rostro, porque esto está muy alejado de la realidad. Se dice, con cierta razón, que parte del problema es debido a la falta de vocación del profesorado. Lamentablemente, así es. Lo que pasa es que nadie se molesta en profundizar en la raíces de esa carencia vocacional. Es imposible exigir una dedicación total a unas personas a las que, desde los sucesivos gobiernos, se les señala, sin pudor, como los responsables de todas las crisis económicas (El hecho de que todas las medidas adoptadas vayan contra ellos, así lo atestigua). Si a eso le unimos la falta de colaboración por parte de los padres, ¿qué es lo que esperamos? Cada día son más numerosos los progenitores que, sin indagar en las causas, se ponen del lado de sus hijos ante los conflictos que surgen en el colegio, restándole (o anulando) la autoridad del profesor. O sea, nos encontramos ante una profesión mal considerada y mal pagada. ¿Podemos exigirles vocación?
El problema si agrava cuando, en vez de facilitar la adaptación de los hijos, lo que hacemos es adaptar el colegio. Me explico. Si el niño va mal en una escuela, en vez de exigirle un esfuerzo de adaptación, buscamos la solución sencilla de escolarizarlo en otro centro, “a ver si el problema se soluciona”. Craso error. El niño no aprende a buscar su sitio; aprende a que otros le solucionen sus problemas. La persistencia en esta actitud lleva a que la problemática se alargue en el tiempo y nos encontremos, cada vez con más frecuencia, con adolescentes de 20-25 años, inadaptados completamente al mundo que les rodea.
La pubertad de los chavales ya no es un periodo de cambio, de modificar las conductas de niño para transformarlas en unas propias de adultos. ¿Para qué sufrir? ¡Hay que vivir la vida, que son dos días! ¿Para qué perder el tiempo cultivando el huerto y cosechando verduras si puedo beber Redbull? Lo malo es que desde los poderes públicos se fomenta esta actitud. Se invierte dinero en organizar macro-festivales, se dedican espacios urbanos para organizar fiestas, se olvidan las ordenanzas municipales para que los jóvenes se lo pasen bien. Y, en el colmo de los despropósitos, se favorecen las redes sociales en lugar de la comunicación cara a cara. ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo? Al final, cada individuo se limita a estar en su casa, delante de una pantalla de ordenador, construyendo un mundo virtual que se adapta a él, en lugar de ser el joven el que se adapta al mundo. Esto, que parece anecdótico, tiene una importancia bárbara. El hecho de no “pegarse” con el mundo real, elimina la conciencia de que es necesario mejorarlo. ¡Han creado un rebaño de jóvenes sin espíritu crítico a los que se domina con un acceso fácil al alcohol y a internet!
Es realmente triste asistir estos días al espectáculo de chicos y chicas deambulando como zombis por los campus universitarios, en compañía de sus padres. Estamos nutriendo nuestro sistema universitario de inmaduros que jamás se han enfrentado al mundo real. ¿Qué futuro se puede esperar? Las perspectivas no son nada halagüeñas. Al primer tropezón, se hunden en la más absoluta miseria y corren, perdidos, a buscar consuelo en lo único que no les ha fallado nunca: la fiesta e internet. ¿Dónde han perdido su capacidad de reacción? ¿Dónde han escondido el espíritu de superación? Si alguien tiene la respuesta, agradecería que me la hiciese llegar a la mayor brevedad posible; la situación es realmente grave.
Obviamente, el proceso de adaptación al mundo que nos rodea no es sencillo; comporta un extraordinario trabajo mental, ingrato pero necesario. El camino no es sencillo, eso ya se sabe. Pero hay que recuperar la cultura del esfuerzo, de la satisfacción del trabajo bien hecho en lugar de la política del “tente mientras cobro”. Y en ese cometido debemos involucrarnos todos, sin exclusión, antes de que la situación sea irreversible.
Realmente, es difícil encontrar nuestro lugar en la vida. Nadie ha dicho que no lo sea. Estamos continuamente rodeados de mensajes contradictorios que nos invitan a situarnos en sitios que no nos corresponden. A los cánticos de sirenas se unen las profecías de los agoreros, de modo que pasamos rápidamente de creernos en la cima del mundo a hundirnos en la más absoluta de las miserias, convirtiendo nuestras vidas en una montaña rusa sin fin. Creo que nadie se escapa de esta sensación. La psicología habla de trastornos de comportamiento, bipolaridad, etc. ante hechos que, a mi parecer son completamente naturales. No hay mejor forma de conseguir robarle algo a alguien que volverlo inestable; la montaña rusa sube y baja. Y, a veces, baja tanto que acaba en la tumba; y de allí nadie sale. Es necesario un aprendizaje de adaptación desde niños para conseguir que se puedan remontar las bajadas de la atracción ferial. Nos estamos jugando completar los cementerios con el supuesto futuro de la sociedad.
Jul
24
VUELTA A EMPEZAR
julio 24, 2014 | | Deja un comentario
La historia se repite; siempre se repite.
Caminar en círculos infinitos
repitiendo paisajes, imágenes
guardadas en lo más oscuro
de una mente, ya marchita.
El espejo refleja la imagen amarillenta
de unas ilusiones enterradas
bajo toneladas de escombros, propios
y ajenos, debajo de lápidas
agrietadas por el tiempo.
¿Cómo olvidar antiguas batallas?
Una imaginación enferma
se empeña en recuperarlas, revive
cañonazos al aire, disparos
dirigidos a enterrar la poca esperanza.
Un bucle continuo es la vida,
sucesión continuada de inicios
y finales, sin descanso, sin paradas.
Maratón eterna sin avituallamiento
sin más bebida que el sudor derramado.
Carrera solitaria, camino con la locura
como única compañera… mi fiel amiga.
Fuente única que hace brotar la sonrisa,
que colorea una felicidad imaginada
en la mirada, ya perdida.
Vuelta a iniciar el camino, repetir
experiencias que estaban olvidadas.
Sendero ya recorrido infinitas veces,
polvo ya respirado, calor y frío
siempre experimentado.
Mochila nunca deshecha, llena
de trastos inservibles, cacharros oxidados.
Hatillo que vuelve a colgar de la espalda,
ya curvada por el tiempo
y por tantos pasos.
De nuevo se inicia el camino
Pero no sé si quiero acabarlo.
Jul
24
RECUERDOS
julio 24, 2014 | | Deja un comentario
El tic-tac del reloj retumba
en la habitación solitaria, horadando
con su insistencia, tortura inmisericorde,
la mente cansada de un ser derrumbado,
diana atravesada por eso dardos sonoros.
Sonido repetido, luz solitaria
en la habitación oscura, hábitat de fantasmas amarillentos,
de recuerdos pasados, imágenes color sepia,
jinetes demacrados que viajan
a lomos de locuras nunca superadas.
Estancia con olores a alcanfor, llena
de polvo no limpiado, olor y sabor a viejo,
a pasado, recordando al único morador
que allí ha habitado.
Silencio perenne, aire huérfano de risas,
de llantos, silencio que destroza ilusiones,
que marchita flores ilusionadas, ánimos
para seguir peleando
por volver a oír algo.
Casa oscura, ventanas cerradas.
¿Para qué abrirlas? Ojos para siempre cerrados.
La luz no es más que un recuerdo
doloroso, pero no superado. El reloj,
incluso con los ojos cerrados, no deja olvidarlo.
El tic-tac del reloj
resuena insistente en la habitación
y, aún nadie, ha descubierto
cómo silenciarlo.
Jul
18
EL PUNTO
julio 18, 2014 | | Deja un comentario
Érase una vez un punto… Pero, ¿qué es un punto? Si se recurre a la RAE para encontrar una respuesta, la cosa se complica mucho porque la palabra en cuestión tiene más de 40 significados distintos. Entonces, ¿de qué punto va esta historia? Esa duda le rondaba por la cabeza cuando decidió repasar el diccionario a ver si encontraba acomodo en alguna de las diferentes acepciones que tiene la palabra
Supongo que le gustaría ser una “nota ortográfica que se pone sobre la i y la j”. Sería un punto importante. Las fases carecerían de sentido sin su presencia. Aunque nadie se percata de que está, todas las grandes obras de la Historia de la Literatura no tendrían sentido sin su presencia. Qué mejor lugar que el de algo extremadamente importante cuya existencia pasa desapercibida. Una opción extremadamente interesante. Pero algo es un interior le decía que no era esa la explicación que justificase su razón de existir.
No había que desesperar. Entre tantas acepciones, ¿cómo no iba a haber alguna que lo definiese? “Unidad de valoración dentro de una escala”. Tampoco sonaba nada mal. Sería la referencia con la que habría que comparar todo para determinar lo que valía. La imaginación se le disparó. ¿Y si nada era capaz de alcanzar el valor de la unidad? Eso significaría que no habría nada mejor. Al fin y al cabo, ¿cuántas veces había oído algo parecido? De cuántas alabanzas había sido objeto a lo largo de su existencia. Sin embargo, un coro de carcajadas a su espalda le hizo sospechar que esa tampoco iba a ser la definición correcta.
¡A seguir buscando! Esta parecía interesante: “cada uno de los asuntos o materias diferentes de que se trata en un sermón, en un discurso, en una conferencia, etc.” Al fin y al cabo, siempre se había movido entre círculos académicos y se consideraba parte de la Ciencia. Por tanto, ¿por qué no podría ser uno de los muchos aspectos de las innumerables conferencias a las que había asistido? Parecía el hábitat correcto; siempre había sido un “ratón de biblioteca”. Pero, al instante, se dió cuenta que eso ya no existía; habían instalado ratoneras y la posibilidad de ser confundido con un ratón conllevaba una cierta sentencia a muerte. Además, ateniéndose al aspecto, con esa pinta de buhonero, no parecía tener relevancia suficiente como para que los intelectuales de moda se refiriesen a él en alguno de sus discursos.
¿Y si fuese “cada una de las puntadas que en las obras de costura se van dando para hacer una labor sobre la tela”? A ver, no es que sea digno del premio Nobel, pero su presencia no deja de ser importante. Al fin y al cabo, todos usan ropa para vestirse. ¿Qué pasaría si fallasen los puntos? Adiós a la moral impuesta desde los púlpitos o similares. Aunque poco perceptibles, y a veces escondidos, esos puntos son de extrema importancia en el día a día de las personas. Sin embargo, algo fallaba. Esos puntos siempre tenían que estar acompañados de hilo, fuese cual fuese su naturaleza. Y, por mucho que mirase a su alrededor, no había nada más. Así que no podía ser un punto de esos.
Mirando la acepción número 30 de la palabra, no pudo evitar respirar aliviado. “Estado perfecto que llega a tomar un alimento al cocinarlo, condimentarlo o prepararlo”. Perfección…. ¿no era eso a lo que siempre había aspirado? En principio, parece que el asunto se limitaba a asuntos culinarios, pero eso también le agradaba. ¿Acaso no se había movido siempre en el mundo de los alimentos? Perfección en su campo profesional…. Interesante. Además. ¿Quién impedía que la perfección se propagase al resto de los aspectos de su vida? Cuando abrió los ojos se percató de que sólo había sido un sueño; la realidad se empeñaba en demostrar que no era así.
Se acababan las acepciones. Y las que quedaban no le gustaban demasiado.” Señal de dimensiones pequeñas, ordinariamente circular, que, por contraste de color o de relieve, es perceptible en una superficie”. De pequeñas dimensiones…. No parecía interesante pero era circular. Siempre le había gustado esa forma, le recordaba a la perfección. Además, tenía contraste de color o relieve. Siempre le había gustado ser diferente. Sin embargo, la sonrisa inicial se transformó en tristeza cuando leyó las últimas palabras de la definición. ¿Perceptible? No, jamás nadie se había percatado de su existencia. Si dejase de existir, ¿alguien se percataría de ello? Definición incorrecta.
Entonces… ¿qué quedaba? La cara se le transformó cuando observó, escondida entre todas, una definición que parecía llamarle a gritos: “límite mínimo de la extensión, que se considera sin longitud, anchura ni profundidad”. Esas palabras saltaron del diccionario y se le pegaron con tal fuerza que fue imposible quitárselas de encima. Aplastado por el peso de la realidad, el punto se dio cuenta de que era la acepción que se le ajustaba completamente. Al fin y al cabo ¿qué era o había sido? Nada. Sin longitud, anchura ni profundidad… obviamente, eso no se refería a su aspecto, pero sí a su importancia en la vida. Era el límite mínimo.
Repasó el listado de posibles significados de su existencia y se percató, hundido, que todas las ilusiones que había albergado durante su existencia, sólo habían sido pensamientos oníricos de una mente que, aparentemente, funcionaba mal. Sólo le quedaba una opción interesante: forzar al máximo la extensión del límite y dejar de existir; como cuando el tipex se emplea para borrar un error tipográfico. Al fin y al cabo, no había sido sino un error en la vida.
Jul
16
MIS ERRORES
julio 16, 2014 | | 1 comentario
Como creyente (malo, no se trata de colgarse medallas inmerecidas), conozco el pasaje del Evangelio en el que se dice “sed perfectos como lo es el Padre”. Como objetivo en la vida, no está nada mal. Probablemente, para muchos de los que me conocen, he podido dar una imagen de una persona íntegra, con unos valores claros; hasta yo mismo me lo he creído a veces. Pero, conforme avanzo en el camino de la vida, soy más consciente que el molde con el que estoy fabricado tenía sus graves defectos, no sólo el físico (a la vista está), sino también el ético.
Atendiendo a la ley de probabilidades, cuando se tiene que elegir de modo aleatorio entre dos opciones, se tiene un 50% de posibilidades de acertar. Pero, contraponiéndose a esa, está la ley de Murphy, por la cual siempre que una cosa pueda ir mal, lo hará. Pues bien, parece que ese tal Murphy me seleccionó como un ejemplo de la validez de su afirmación. Para mi desgracia y, probablemente, de todos los que me rodean. Sirva esto como una disculpa pública para todos aquellos que, sin ser consciente de ello, se han visto perjudicados por mis errores.
Asumo, sin rubor, que se pueda pensar que exagero en mis aseveraciones. Confieso que yo también lo pensaría si no fuese porque soy la persona que más me conoce en este mundo. Y si a eso le unimos una gran capacidad de autocrítica, pero no en sentido constructivo, sino del modo más destructivo posible, la mezcla se convierte en explosiva. Y pobre del que pille la onda expansiva.
No es sencillo establecer un punto de partida, un error primigenio. Tal vez mi propia existencia sea un error; puede que yo no debería estar aquí. Pero bueno, eso no he podido decirlo yo y, sin pedirme opinión, me vi incluido en este mundo hace 49 años. No se trata de hacer responsables a mis padres de ello; bastante han tenido con soportarnos a mí y a mis hermanos durante todos estos años. En ningún momento supieron el individuo raro que iban a tener en casa, aunque pronto se dieron cuenta de que muy normal no parecía ser. ¿A quién se le ocurre sentarse, con 1 año, a hojear libros en vez de jugar con otros niños? ¡Menudo espécimen! Tenía que ser más propio de un zoológico que de un parque infantil.
Supongo que ese hecho fue un anticipo de otra de mis “rarezas” (errores los llamaría yo). A la hora de elegir mi estilo de vida, decidí tomar el camino difícil. ¿Qué todos van por la vía de una vida lo más divertida posible? Pues yo, a la opuesta. Donde los demás tenían diversión, yo estudiaba. Donde los demás reían, yo lloraba. Siempre creí que encontraría, en algún momento, un desvío que me permitiese retornar al otro camino. Hasta hoy no lo he encontrado. Y dudo de que exista. Aquí sí que tiene sentido lo del “valle de lágrimas”. Lo malo es que no hay nadie más en este camino, de forma que es muy difícil encontrar un hombro donde descansar cuando empiezan a fallar las fuerzas.
Ahondando en otra de esas fantasías absurdas que han gobernado mi vida, siempre he pensado que la sinceridad, los buenos sentimientos deberían ser una guía para no perderme en el camino de la vida. ¡La brújula debe estar estropeada! Esas guías sólo me han llevado a tropezarme con todos los obstáculos que han ido apareciendo (y siguen haciéndolo) ¡No he dejado de tropezar con ninguno! Nunca me he dado cuenta que, con ese saldo en el banco, jamás iba a poder pedirle un crédito a la vida. Esos valores no cotizan. Y sin valores “comerciales” es difícil ser alguien. De hecho, ya dudo de mi propia existencia. Todo el mundo dice que si no tienes Facebook, WhatsApp, Smartphone y demás artilugios, no eres nadie. Debo ser un fantasma. Ello explicaría por qué nadie se da cuenta de mi existencia. Y si lo hacen, no es precisamente para valorarme como persona. Es obvio… ¡soy un fantasma!
Hasta mi vida profesional ha sido un error. Elegí mal el lugar donde trabajar. Elegí mal con quien trabajar. He tenido ofertas inmejorables para haber mejorado, pero un absurdo sentido del cumplimiento de la palabra dada me ha impedido cambiar de aires. Y, como consecuencia, he pasado de ser un posible científico brillante a ser un proscrito científico. He arruinado mi carrera profesional como consecuencia de una sucesión de decisiones mal tomadas. Y el daño ya es irrecuperable. No tengo ninguna posibilidad de volver a empezar Tampoco ha ayudado mucho el no haber sabido comportarme “socialmente” de una forma positiva. Creí que debía ganarme el puesto en base a mis méritos científicos y no a mi capacidad de “peloteo” ¡Craso error! Este mundo se mueve en base a favores debidos…. Y yo nunca he entrado en este juego ¡Condenado a muerte!
Como es sencillo observar, mi vida ha sido una sucesión continua de errores sin fin. Pero el motivo que me ha hecho lanzarme a escribir esto es, aparte de que puede que sea de las últimas cosas que escribo (suena a epitafio y lo es), el último error que he cometido. Supongo que es inevitable chochear cuando se está a punto de alcanzar la cincuentena, pero un tipo tan “inteligente” como se supone que soy debería haberse dado cuenta de la trampa. Debí sospechar algo cuando se te alaba por tus valores morales (obviamente, por mi físico es muy difícil hacerlo) ¡Pero si para este mundo eso es objeto de risa! Supongo que será como el sonido de la flauta para los ratones de Hamelin. Te envuelve y no te das cuenta de que te conduce a una muerte segura. En mi defensa he de aducir que supe resistir unos cuantos envites, pero mi resistencia no es infinita. Basta con esconder las intenciones bajo un disfraz de debilidad para que se abran las puertas de Troya y se deje pasar al caballo. Si no se consigue por la vía directa, ¿por qué no probar por la indirecta? No importa cómo, lo importante es alcanzar el objetivo previsto ¿Qué hay que emplear supuestos bloqueos emocionales? ¡Pues se usan! Lo importante es desmontar la resistencia…
Y una vez desmontadas las murallas defensivas, ¿qué me queda por hacer? Supongo que, en un nuevo error, asumir las consecuencias de mis actos. Cualquiera en mi lugar saldría corriendo pero… ¡yo no sé hacerlo! He aprendido muchas cosas inútiles en mi vida, pero soy un completo analfabeto en las enseñanzas de la vida. Me encantaría gritar, golpear, denunciar, pregonar la verdad a los cuatro vientos. Pero no se hacerlo. Supongo que con eso ya se contaba cuando se me tendió la trampa. Y, a pesar de que sospechaba algo, caí en ella como un imbécil. Creí, imbécil de mí, que la promesa de que la amistad era un valor que no había que arriesgar tenía plena vigencia, sin darme cuenta de que no era más que un elemento más que usar en la estrategia para derrumbar mis defensas ¡Qué listo que soy!
Algo que debería haber sido bonito se ha convertido en una pesadilla. Me siento como una veleta a merced del viento. Ando desorientado, sin saber qué pensar, qué hacer. Soy incapaz de entender qué encantamiento me ha llevado a esta situación. Ciertamente, la opción de poner un punto y final es muy atractiva. Debe ser estupendo no tener la posibilidad de errar nunca más. Pero mientras ese punto no llegue, me toca ir pasando el día a día con el temor perenne de volver a errar. Sinceramente, no sé qué opción tomar; no quiero volver a equivocarme. Me gustaría tener alguien con quien poder hablar de este tema, pero miro alrededor y no hay nadie ¿Por qué tuve que elegir el camino solitario?
Sinceramente, no creo que sea muy sano para mi estabilidad mental y emocional el seguir con este tema durante mucho tiempo. Necesito una respuesta ya. Lo único que me da miedo no es la posibilidad de haber hecho algo que tendrá unas duras consecuencias para el resto de mi vida, sino el hecho de que el mayor error que haya cometido sea el de no haber sido capaz de poner el ansiado punto y final.
Jun
5
BATALLA INCRUENTA
junio 5, 2014 | | Deja un comentario
Erase una vez…. Así empiezan las historias tradicionales, historias con final feliz. Pues bien, erase una vez un país maravilloso; la tierra prometida para cualquiera con un mínimo de sensibilidad. Como no se trata de identificarlo, le vamos a llamar el país M. Era un territorio pequeñito, cargado de historia, cultura, tradiciones; un país rico en bienes intangibles, no valorados por los mercados pero sí por naciones vecinas. Un país neutral, siempre abierto a acoger al que necesitaba un lugar donde descansar, un lugar de reposo para las aves en sus viajes migratorios, un lugar donde alimentarse después de un duro trabajo. Es cierto que no se caracterizaba por sus fiestas y juergas; más bien era conocido por su seriedad, lo cual hacia alejarse a aquellos que sólo buscaban la fiesta como fundamento de su existencia. Es cierto que la historia del país M nunca había sido tranquila; se encontraba en territorio sísmico y, de vez en cuando, el movimiento de la tierra hacía temblar los cimientos de los edificios. Algunas veces se causaron algunos daños pero, en ningún caso, fueron irreparables; más bien fueron ocasiones perfectas para ir renovando el aspecto de las ciudades que, si bien eran cada vez más viejas, también es cierto que el paso del tiempo las estaba dotando de cierto atractivo. Por ello, el país M se estaba convirtiendo en destino favorito de todos aquellos que necesitaban ralentizar su existencia, disfrutar de cada segundo como si fuese el último.
Obviamente, no se trataba de una isla aislada. El país M estaba rodeado de otras naciones con las que las relaciones no siempre habían sido todo lo cordiales que sería deseable. No obstante, todos los malentendidos surgidos se habían resuelto de una forma civilizada, empleando el diálogo como única arma en la contienda. A pesar de ello, últimamente se observaba cierta tensión entre dos países vecinos; les denominaremos países S y T. El país M les intentaba ofrecer a cada uno de ellos aquello que necesitaba; los requerimientos de cada uno de ellos era diverso de modo que, en principio, no había motivo para que surgiesen problemas. Además, lo que requería el país S, el país T lo cubría en otro sitio (país G) y viceversa; el país S se nutría en el país L de lo que requería el país T del país M. Nada podía hacer sospechar que esta situación, aparentemente idílica, acabase de la forma en que ha acabado.
Un buen día, sin que nadie pueda explicar aún los motivos, surgió la rivalidad entre S y T. Ambos seguían obteniendo de M lo que querían, pero empezaron a sospechar, sin motivo, que el otro estaba obteniendo más de lo que le correspondía. Las sospechas fueron ahondándose, se transformaron en amenazas y, un buen día, sin previo aviso, se desató la guerra. La noticia cayó como una bomba en la región. Todo el mundo confiaba en que la cosa no llegase a más y que se impusiese la cordura. Pero nada más lejos de la realidad.
Después de las primeras escaramuzas, más o menos serías, se impuso un periodo de calma. Parecía que los ánimos, por fin, se habían calmado. Pero sólo fue la calma que precede a la tormenta; sólo se trataba de un cambio de estrategia. Tanto S como T decidieron convertir a M en el campo de batalla en el que dirimir sus disputas. Sabia decisión; así, ni sus territorios ni sus países aliados resultarían dañados por tan absurda disputa. Se cambiaron los objetivos en los misiles y, de repente, todos ellos apuntaban al mimo sitio. A partir de ese momento, los terremotos pasaron a ser el problema menos importante del país M; sus ciudadanos asistían, atónitos, al espectáculo de destrucción masiva que les amenizaba todos los días. Poco a poco, las explosiones fueron acabando con toda la riqueza de M; se pensó en cerrar las fronteras, pero ya era demasiado tarde; el cáncer se había desarrollado demasiado y la metástasis ya era un hecho irreversible. Un buen día, las bombas dejaron de caer. La guerra había acabado. Pero no por el hecho de que se hubiese acabado el problema, sino porque ya no había nada que bombardear. El país M había desaparecido.
No siempre las historias que se cuentan tienen un final feliz; este es uno de esos casos. Como es fácilmente observable, cualquier parecido con la realidad NO es mera coincidencia; más bien lo contrario. Lo malo es que, una vez contada la historia, es difícil decidir cuál debería haber sido la postura más favorable para el país M y evitar así su destrucción. Cualquiera de las opciones consideradas acaba, irremediablemente, en su destrucción. Un país no puede permanecer eternamente aislado; eso empobrece su existencia. Es necesario establecer relaciones con las naciones que le rodean, pero también es necesario entender que dichas relaciones no son excluyentes. Un país es soberano para establecer contactos con quien desee. Nunca serán iguales ante todos los países, pero eso es debido a que, tal vez, cada uno tenga necesidades diferentes. Ceder a presiones extranjeras es perder libertad y esa sí que es una pérdida irreparable.
Sirva esta historia como una solicitud de ayuda internacional para la reconstrucción del país M. Históricamente, ha sido una nación que ha servido de refugio, de posada en medio del camino. Las aves migratorias van a seguir necesitando de un lugar donde descansar. Aunque pueda resultar presuntuoso, si desaparece el país M, se borrará para siempre su pequeña contribución a la felicidad mundial.
Por favor, no permitas que desparezca el país M. El que escribe estas palabras te lo agradecerá.
Mar
13
REGRESO AL PASADO
marzo 13, 2014 | | Deja un comentario
Hasta hace unos días habría jurado que nunca tendría que escribir esta entrada. Al volver la cabeza, se veían a lo lejos montañas ya escaladas, pero, de repente, vuelven a alzarse, imponentes, ante mis ojos. Es imposible evitar pensar de qué ha servido el esfuerzo realizado si, al fin y al cabo, la historia se empeña en volver a la casilla de partida.
Numerosas escuelas filosóficas describen la vida como un camino continuo, como un río que, inevitablemente, tendrá que desembocar en el mar. Imágenes atractivas que sirven para explicar, desde fuera, cuál es el recorrido. Pero, hoy, a mí me parece un bucle infinito que vuelve a resucitar fantasmas que parecían ya desaparecidos.
Es indudable que todos pretendemos ser los dueños de nuestra propia vida. En ocasiones hasta podemos creer que lo hemos conseguido. Pero nadie nos ha enseñado a prever en que recodo del camino se esconden los asaltantes que, a veces disfrazados de amigos, pretenden apoderarse de ese nuestro bien más preciado. Y, sin ser conscientes de ello, nuestra vida se vuelve a convertir en una montaña rusa que se zarandea al antojo de aquellos que nos han adormilado con palabras envenenadas. Y, de nuevo, envueltos en una vorágine de final imprevisible.
A estas alturas, lo normal sería estar vacunado frente a estos virus. De hecho, hasta ayer yo pensaba que era así. Creía tener asidas fuertemente las riendas de mi existencia. Ya habían pasado los momentos duros en los que parecía una veleta que giraba, sin rumbo, en función de dónde soplase el viento. Al menos, era un sueño agradable, del que he despertado bruscamente. Al menos, el susto me ha alentado a volver a utilizar este medio como sustituto del sicólogo, en un intento de volver a encontrar el rumbo justo y no volver a chocar contra las rocas, atraído por brujas con colas de merluza.
Resulta doloroso observar lo sencillo que es jugar con los sentimientos, las ilusiones de la gente. Admitamos que la empatía es un bien cada vez más escaso, pero eso no quita que se siga luchando por ella. Pero esa lucha nos hace ser objetivos fáciles para desalmados disfrazados con adulaciones. Para ellos, empatía es sinónimo de estupidez, bondad sinónimo de debilidad, amistad sinónimo de locura. Y actúan en base a esa supuesta estupidez. ¿A quién le importa los sentimientos de un ser supuestamente débil? Idiotas nos llaman, no sin una cierta dosis de razón. Somos débiles porque nuestras únicas armas son las lágrimas que se derraman cuando, atenazados por el dolor, intentamos entender los motivos por los que la montaña rusa ha vuelto a ponerse en marcha. Odio las montañas rusas; son un trauma de mi infancia.
Pues bien, me niego a seguir siendo un estúpido. Mi vida está llena de puntos y seguido. Siempre me he negado a cerrar puertas con la esperanza de que alguien necesitase encontrarlas abiertas. Pero son ya casi 49 años y, por suerte o por desgracia, he recibido los suficientes bofetones como para aprender de una vez. Hay piedras con las que he tropezado no dos veces, sino miles. Pero, de tanto tropezar con ellas, se han ido erosionando y desapareciendo. Esa lección de ciencias no la han asimilado los asaltantes de caminos; ese día, en vez de en la escuela, estaban planificando sus estrategias delictivas… o rompiendo retrovisores de coches. No hay ninguna roca inmune a la erosión. No es tan espectacular como una explosión, pero sí que es más efectiva. Y, tal vez, esa roca que se empeñaba en hacerme caer, ha dejado de ser tal roca para convertirse un montón de arena inofensiva. Ha llegado la hora de aprender a poner punto y final.
Basta de creer en amistades eternas soportadas por cimientos de arenisca; es necesario desenmascarar amores basados en palabras que se las lleva el viento y denunciar amistades que se basan sólo en el beneficio propio. Todas las relaciones entre personas, sean del tipo que sean, deben basarse en la reciprocidad. En el momento en que se convierten en unidireccionales, dejan de ser relaciones positivas para convertirse en esclavitud. Y yo me niego a ser esclavo de nadie, porque en mi libertad se encuentra el sentido de mi vida. Me han zarandeado, golpeado, insultado mil veces. Estoy en no sé cuántas listas negras de todo tipo, pero nadie ha sido capaz de robarme a José Juan Mateo, al auténtico, al de verdad. Ese sigue dando guerra y tomando decisiones que afectan a su día a día. Pese a quien le pese. No acepto que se me haga responsable de hechos en los que no he participado, ni ser víctima colateral en guerras en las que no participo. Mi amistad no es un bien negociable; se tiene o no se tiene. Esa es la regla de juego. Si queremos tenerla sólo cuando interesa, mejor dejarlo pasar.
Me gustaría dejar claro que, para mí, la amistad es una apuesta sin condiciones. A veces esa apuesta supone tomar riegos. Y los he tomado, apostando cosas que son muy importantes en mi vida. Por ello creo que tengo el derecho de exigir, a quien quiera ser mi amigo, a que también haga una apuesta por esa amistad. Me niego a ser amigo de nadie que, en cuanto las cosas no salen como se han previsto, piden unos días de descanso. ¿Existen vacaciones de amistad?
También me gustaría indicar que no me limito a ser un “bien útil”. Ignoro los motivos, pero es relativamente sencillo llamarme idiota; se puede esconder la intención detrás de “es un idiota en sentido cariñoso”. Pero lo malo es cuando se actúa conforme a esa idea de idiotez. Yo no estoy aquí para asumir paternidades ajenas, como excusa de decisiones que no me incumben, ni como tapadera de tropelías de todo tipo. No admito que nadie me trate como rueda de repuesto, ni como tapón de corcho para evitar fugas. No soy nada de eso, lo siento. Soy una persona, y exijo que se me trate con la misma dignidad con la que yo trato al resto de seres humanos.
Puede parecer predicar en el desierto. Probablemente, a nadie le interesa el dolor o las emociones que invaden a un payaso, y más si se le ha olvidado sonreír. Pero, por suerte, no se le ha olvidado gritar. Y, aunque nadie le oiga, al menos tiene esa válvula de escape para evitar caer en la locura. Siempre hay salidas fáciles, pero me niego a desaparecer en silencio. Si alguien, alguna vez, ha pensado que soy un pelele inofensivo, se equivoca. Como me gusta decir, una cosa es parecer tonto y otra muy distinta serlo. Y yo, le pese a quien le pese, no soy tonto.
Miro al espejo y sólo veo la cara de un payaso triste. Atrás han quedado las risas de los niños, las montañas supuestamente escaladas. Un pobre payaso al que ya le empiezan a pesar los años pero que aún conserva suficientes fuerzas para seguir en la lucha. Un payaso al que el maquillaje ayuda a esconder las lágrimas, el dolor, la desesperación. Pero que también sirve para esconder la rabia, el enfado, la determinación, las ganas de retomar el rumbo de su vida. Y, cuidado, que las armas que tiene no son sólo de pega; también las tiene que funcionan. Y, de momento, ha decido usar la primera: el arma del punto y final.
Dic
11
CONSTRUCCIÓN
diciembre 11, 2013 | | 1 comentario
Reino del cansancio más absolutista,
gobernado con mano firme por el esfuerzo
baldío. Obras faraónicas realizadas
por obreros entusiastas, pero aficionados,
gigantes con cimientos aéreos.
Hacer un alto, buscar
un área de descanso en la autopista
del día a día, una atalaya segura
desde la que contemplar, entre la niebla,
una obra que nunca parece acabada.
Cemento amasado con sudor, cristales
limpiados con lágrimas, muros
pintados de rojo con sangre fresca,
como imán que traiga la muerte,
en su búsqueda de primogénitos inocentes.
Construcción magnífica, al menos en mis pesadillas,
criticada por expertos, aquellos de la sonrisa pintada,
objeto de burla por parte de plantas y estrellas,
tal vez derroche inútil de esfuerzos,
pero…es mi vida.
Nov
19
MARIPOSA
noviembre 19, 2013 | | 1 comentario
Los primeros rayos de luz dieron el pistoletazo de salida de aquel día de mayo. La Naturaleza se desperezaba, perezosa, intentado coger el ritmo olvidado después de tantos días de un invierno no tan lejano. El fragor de la batalla estival aún no se adivinaba por el horizonte. En una atmósfera de paz y quietud, el calor de ese sol bostezando le hizo abrir los ojos por primera vez. Todavía dominado por el largo descanso, los recuerdos de otros despertares le vinieron a la mente, apenas se puso en marcha. Todo lo que le rodeaba le parecía familiar, como si ya lo hubiese vivido.
Después de volver a hacer circular la sangre por unas venas aun frías, se dispuso a dar los primeros pasos en ese mundo vivido en sueños. Con prudencia, se dispuso a explorar los alrededores. No sabía lo que le aguardaba en ese mundo que le parecía familiar. Intentó recordar, pero parecía como si alguien le hubiese borrado la memoria. Y, sin embargo, todo le resultaba tan próximo…
Apenas dio los primeros pasos, tropezó con otros que también parecían acabados de despertar. Su primera reacción fue la de esconderse; nadie sabía qué intenciones podían tener aquellos extraños. Desde su escondite, observaba cómo la vida comenzaba a tomar velocidad, a medida que el calor le aportaba su energía. Tal vez por eso, fue olvidando poco a poco su temor inicial y comenzó, poco a poco, a hacerse más visible detrás de esa roca que le ocultaba. Olvidados sus temores iniciales, avanzó hacia donde se reunía toda aquella aglomeración de seres vivos y, con sorpresa, descubrió que a nadie le extrañaba su presencia. Más bien todos le sonreían, como si ya se hubiesen conocido antes. Los saludos de esos supuestos desconocidos le hicieron entrar en un mar de dudas. Empezaba a no entender nada. Acababa de abrir los ojos y parecía como si llevase allí toda la vida. Parecía que todos le conocían y no paraba de cruzarse con rostros desconocidos que, sin embargo, le resultaban familiares. Con una mezcla de temor y humor, pensó que algo tuvo que ir mal en el proceso de gestación y que debía tener algún fallo neuronal. Ojala que no sea nada grave, pensó con preocupación.
Esos sombríos pensamientos no tardaron en desparecer. El ambiente festivo que reinaba en aquel lugar era la mejor cura para sus males. La abundancia de comida y, sobre todo, de bebida, invitaban a dejar de pensar en temas transcendentales. La Naturaleza estaba de fiesta; ¿por qué no unirse a ella? El optimismo suplió a su sangre y ocupó la totalidad de su torrente sanguíneo. Era la tierra prometida. La única pregunta que le dominaba era por qué no haberse despertado antes.
Con tanto jolgorio, comenzó a sentir un enorme cansancio. No es bueno cometer estos excesos apenas nacida, pensó con sorna. Hasta eso estaba previsto; no muy lejos había un arroyo de aguas cristalinas donde podría descansar y refrescarse. Sin pensarlo dos veces, se encaminó hacia ese lugar paradisiaco, recordando, mientras sonreía, el temor que le atenazó al dar sus primeros pasos. Pero la sonrisa se transformó en una mueca de incredulidad, sazonada de terror, cuando llegó al torrente. Vio su imagen reflejada en el líquido vital y descubrió, con sorpresa, que era profundamente diferente al resto de participantes de aquella fiesta sin aparente final. Parecía un individuo de otro planeta. ¿Qué hacía allí? ¿Se habría equivocado de sitio?
El rostro feliz se transformó en sombrío. Conforme regresaba a la fiesta, decidió que aquel no era su lugar natural. No tardarían en darse cuenta de que era diferente. Tal vez por su causa se parase la fiesta y todos le odiasen. Después de reflexionar, decidió alejarse del jolgorio y refugiarse en sus pensamientos. Encontró un lugar tranquilo para reencontrar su lugar en aquel mundo. Tal era el grado de concentración en sus ideas que no se percató de que se le acercaba otro individuo que también se alejaba de la fiesta. El saludo del extraño le hizo abandonar, de repente, su mundo interior. Sin saber por qué, inició en seguida una intensa conversación. Le observaba con atención y creyó descubrir el motivo por el que se sentía cómodo en esa situación, siendo como era tan cauto con desconocidos. También parecía diferente a los demás y eso le tranquilizó. La conversación transcurría de forma agradable y sus oídos se llenaron de palabras endulzadas. Descubrió, con agrado, que parecía mejor que el resto de los participantes de la fiesta. Aquel jolgorio no era su lugar, debía aspirar a cosas superiores. Nadie puede escapar a palabras que endulzan así.
Inicialmente, no se percató de cómo aquellas palabras limitaban su capacidad intelectual, su libertad de movimientos. Notaba cierta incomodidad, pero inicialmente, la achacó al cansancio, a la intensidad de las emociones vividas. Necesitó un cierto tiempo para darse cuenta de que aquel desconocido estaba envenenándole el cuerpo y el alma. Por suerte, todavía tenía energía suficiente para, pegando un fuerte salto, deshacerse de aquella tela de araña que comenzaba a envolverle y huir. El veneno del cuerpo tardaría más en desaparecer, si es que lo hacía.
Intentó regresar a la fiesta pero, con sorpresa, descubrió que allí ya no quedaba nadie. Por primera vez desde que abrió los ojos, sintió la soledad. La felicidad había desaparecido por completo y ahora no sabía qué hacer, a dónde dirigirse. Pensó que lo mejor sería regresar al lugar dónde nació; parecía un sitio seguro. No tardó en llegar y se dispuso a descansar después de una jornada tan intensa.
El sueño comenzó a reclamar su posesión y no dudó en abandonarse en sus brazos. Cuando estaba a punto de dormirse, escuchó un rumor a sus pies. Haciendo un esfuerzo sobrenatural, se levantó y mirando a su alrededor, descubrió que aquel era también el sitio de descanso del resto de participantes en la fiesta. Hablaban entre ellos. Siendo presa de su insaciable curiosidad, prestó atención a lo que decían. La sorpresa se apoderó de su expresión. Aquellos que parecían preocuparse solamente de la fiesta conocían, desde el principio, lo que estaba pasando. Esa vida no tenía un principio ni un final; era un ciclo que se repetía infinitas veces. Por eso todo le resultaba tan familiar. Por eso todos parecían conocerle. Ya no pudo pensar más. El cansancio y, tal vez, el veneno que aun circulaba por sus venas, tomaron el mando. Mientras caía en el profundo abismo de la oscuridad, pensó en si volvería a abrir los ojos o si quería hacerlo. ¿Habría aprendido algo o, si el ciclo volvía a comenzar, repetiría los mismos errores? No tuvo tiempo para descubrir que sólo el siguiente mes de mayo tendría la respuesta a esa pregunta.
Oct
18
REPLANTEAMIENTO.
octubre 18, 2013 | | 1 comentario
Parto de la idea de que, dada la situación general, no puedo quejarme de mi realidad laboral. Soy de los pocos afortunados que pueden dedicarse profesionalmente a lo que siempre había deseado y, además, gano lo suficiente como para vivir sin excesivos lujos pero sin muchas apreturas. Me han dicho que las circunstancias laborales por las que paso no son justas pero, sin que nadie se lo tome a mal, me parece poco sería calificar mi estado como injusto cuando hay multitud de españoles pasándolo muy mal y, en concreto, cuando la situación de miles de investigadores en nuestro país es de una precariedad insoportable. Pero sí que me atrevo a calificarla, cuanto menos, de incomprensible.
Acepto las críticas que puedan hacerse a mi vida profesional. No es normal encontrar un científico que no ponga en primer lugar de sus prioridades a la ciencia. Nunca lo he hecho y no me arrepiento. Siempre he creído que la vida es algo más que el laboratorio; y he actuado en consecuencia. Soy consciente de que esa actitud me ha reportado un gran número de críticas, pero es mi apuesta por la vida que quiero llevar, que muchas veces han servido para disimular la envidia subyacente. Mi familia, mis amistades, mi salud, mi felicidad están por encima de la ciencia. Y si alguien no se da cuenta de ello, creo que tiene un serio problema. Obviamente, estar en el centro de las miradas en un mundo tan competitivo como el I+D español no es nada bueno; prueba de ello son las innumerables dificultades que he tenido (y sigo teniendo) para encontrar financiación para desarrollar mi trabajo. De todas formas, me gustaría saber si hay muchos investigadores que sean capaces de mantener mi producción científica con el aporte económico que recibo.
Se me ha podido acusar de que mi trabajo es poco interesante. Pero los hechos desvelan otra realidad incontestable: proyectos que se me han negado han sido financiados a otros investigadores en convocatorias posteriores, generalmente firmados por advenedizos de la microbiología enológica que ahora se las dan de expertos. No serían tan malos… Además, la recomendación hecha por organismos oficiales en el sentido de que deje de intentarlo me confirman que no estoy en el camino equivocado. Cualquier intento por averiguar la base de esa recomendación ha sido infructuoso.
Otra acusación que se me hace es que me paso poco tiempo en el laboratorio. Curiosamente, esta afirmación la hace quién no sabe preparar un medio de cultivo ni impartir docencia práctica de Microbiología General. Puedo retar a cualquiera a una competición en el laboratorio; no me cabe ninguna duda de que yo saldría ganador de la competición. Así que, no es un problema de tiempo; puedo dedicar menos tiempo, pero aprovecharlo muchísimo mejor.
Durante muchos años, mi experiencia investigadora ha sido brillante. Basta con echar un vistazo a mi Curriculum para darse cuenta de que se me puede acusar de muchas cosas, pero no de vago. He sido capaz de poner en marcha unas cuantas líneas de investigación, he resuelto problemas aparentemente irresolubles, Y, si no hubiese sido por la falta de financiación y apoyo, estoy seguro que podría ser un científico valorado. Pero, por diversos motivos, mi carrera se quedó anclada, aunque no por ello he dejado de hacer aportaciones, más o menos interesantes, a la ciencia en nuestro país. Y, a pesar de todo, jamás he estado apartado de este mundo. Las pruebas están a la vista.
También me gustaría indicar otro aspecto que nunca se ha valorado convenientemente. Puede que yo no sea catedrático en el sentido corporativo del término, pero creo que sí he sentado cátedra. Es difícil contar el número de personas que se han formado bajo mi tutoría. A riesgo de pecar de orgulloso, no creo que existan muchos científicos en nuestro ámbito que haya recibido tantos agradecimientos por parte de antiguos alumnos y colaboradores en el laboratorio. Me reconforta saber que mi experiencia ha servido (y sirve) para que el gusanillo de la investigación pique a otras personas. Me llena de orgullo que mis clases estén siendo útiles para que, a pesar de la situación que estamos atravesando, mis exalumnos encuentren trabajo en el campo de la Microbiología de Alimentos gracias, en parte, a la formación que les he proporcionado. No creo que, en mi caso, la formación universitaria esté tan lejos de la sociedad.
Resulta gracioso observar cuál es el origen de todas esas críticas. No voy a dudar de que en la ciencia española hay un gran número de personas extremadamente válidas y que, si les dejasen, serían capaces de provocar que nuestro país diese un enorme salto cualitativo entre los países más desarrollados. Lo malo es que estos investigadores son los que están sufriendo los recortes impuestos por un gobierno tan “sensible” a nuestras necesidades científicas. En el extremo opuesto están aquellos que ya han alcanzado su “poltrona”; un sistema imperfecto de oposiciones o de concurso de méritos ha permitido alcanzar el rango de funcionarios o cercano a un elevado número de “inútiles” a los que les importa muy poco la ciencia: su puesto docente en el sistema universitario les sirve para obtener otros objetivos personales (no siempre confesables), sociales o políticos. ¿Por qué será que este es el estamento de donde surgen todos los dardos contra mí?
No suelo hacerlo, pero necesitaba recordar mis méritos y mi valía. Supongo que si alguien lee esto pensará que tengo una vida perfecta y que me quejo de vicio. Puede parecerlo pero, lamentablemente, no es así. Desde hace un tiempo mi vida en la Universidad está convirtiéndose en un auténtico infierno. Parece como si me hubiesen colgado una diana y a todo el mundo le hubiese dado por ponerse a disparar. Se pierden mis trabajos de Fin de Grado, se me adjudica docencia de forma arbitraria, se me ridiculiza en público, se me arrincona e intenta expulsar de mi laboratorio, se pone en duda mi profesionalidad. No creo merecerme estos ataques. Pero ya no sé cuánto más podré soportar. Puedo asegurar que, al menos aparentemente, mi resistencia está tocando a su fin. La situación de estrés permanente me está generando una ansiedad insufrible. Y, como consecuencia, es más difícil concentrarse en el trabajo, el rendimiento se reduce y, por consiguiente, aumenta la sensación de malestar. Y si a esto le sumamos unas circunstancias un tanto particulares en otros aspectos de mi vida, encontrar la resolución de la ecuación no es sencilla.
El otro día se me sugería que la violencia sería la mejor solución para este problema. De verdad que agradezco el consejo, pero seguirlo sería traicionarme a mí mismo. Nunca he pensado que la violencia sea la respuesta adecuada entre seres humanos. Y mis convicciones son la fuerza principal que me hace afrontar cada día con renovadas esperanzas. Si renuncio a ellas, no creo que tuviese fuerzas para levantarme de la cama. Pero el consejo sí que me hizo replantearme una cosa (de ahí el título). Tal vez la violencia no sea la solución, pero la defensa con vehemencia de los derechos propios no creo que pueda ser considerado como violencia. En muy contadas ocasiones he alzado la voz en la universidad, y aseguro que sobraban los motivos para hacerlo. Aunque pueda generar sonrisas burlescas, siempre me planteé, siguiendo mi religión, intentar poner una sonrisa, una palabra amable en un ambiente tan agresivo e impersonal. Cuando superé la oposición decidí que, a diferencia de lo que había visto, mi actitud debía ser la de servicio, no la de subirme a un pedestal para que todos me alabasen. Pero olvidé que hasta Jesús echó mano del látigo para echar a los mercaderes del Templo. Tal vez sea ya hora de que afronte mi situación sin complejos. Pero… ¿seré capaz? Tengo muchísimas dudas de que sepa hacerlo de una forma eficaz y sin causar daños colaterales.
Por lo pronto, se me ha abierto una ventana por donde respirar. Empieza un fin de semana para evaluar opciones y, en su caso, replantearme mi actitud en la “selva”. Veremos que sucede el lunes…